domingo, 20 de enero de 2013


Lo que siento al volar mi águila es una sensación difícil de explicar. Pero hay algo ancestral, muy antiguo.
Es una sensación que me transmiten las garras de yarak cuando lo llevo en el puño, sus alas, su plumaje.
Es su mirada indómita. Salvaje, pero que se transforma cómplice.
La recompensa de verlo volar libre de vuelta a mi puño tras un paseo por el campo.
Es, sobretodo, la promesa de la caza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario